Sabia que estaba ahí, tirada y desamparadamente apoyada contra una pared, pero hace unos días los recuerdos de mi infancia recorriendo el barrio me hizo ir a buscarla, tomarla con delicadeza como quien ayuda a una anciana a levantarse luego de haberse tropezado con una pequeña piedra y la lleve quien sabia que la podía traer nuevamente a la vida, así que sin pensar se la deje.
Dos días pasaron hasta que ayer la fui a buscar y ahí la vi tan reluciente como un día estuvo.
Me subí a ella y aunque no es un vasto corcel, con las primeras dos pedaleadas, sentí en cuerpo y alma esa sensación de querer viajar sobre el viento, así lo músculos se pusieron en acción y con la firmeza en cada movimiento sentí la brisa llevándome a querer surcar las rutas y dejarme llevar en la distancia.